martes, octubre 10, 2006

La casa de Rogel por la ventana


Recién fui al supermercado. En línea recta desde mi casa deben ser 200 metros. Yendo por un atajo bastante suicida que no pienso repetir serán 500. Por calles y avenidas normales ya será casi 1 kilómetro. Y está el cruce maldito en el medio. Una especie de autopista en la mitad de la ciudad. Pero sin cruce para peatones. Ni puente ni túnel. Le pregunto a un taxista cómo se cruza. "Hay que mandarse justito justito". Es de noche, llovió, hay una curva cerca y los autos no van a menos de 60 por hora. Hay un semáforo, lejos, pero hay. Al pedo, obviamente. Como no hay senda peatonal los autos van parando cuando se acuerdan de parar. Es legal doblar a la derecha aún en rojo. Juro que sufrí mucho. No solamente cruzando, sino pensando que iba a tener que volver. Dicen que la lanza cumple su cometido aterrorizador cuando está viajando. Cuando llega al pecho ya es tarde, no hay tiempo de temer.
Superado el trance decidí darme unos gustitos e invertir en un lampazo high-tec (ver foto), un tacho de basura y hasta una sartén. Eso sí, me las llevo hasta el Ártico. A Rogel no le quiero regalar ni una cucaracha. ¿Envio a domicilio? Solamente si el pedido se hace por teléfono. Más que obvio. Entonces inverti en un taxi. 1 peso argentino. Uno. Me indigna lo facilitada que está la vida para el vehículo en detrimento del peatón. Por lo visto al tachero le pasa lo mismo porque mientras cuento la plata para pagarle dejar correr el reloj y me termina cobrando unos centavitos más. O tal vez sea un impuesto a la demora. Yo mejor confío en mi guía, que dice que el shock cultural siempre es positivo.

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