Domingo. Ni de ramos ni de núbila: de volcanes. Volcán, uno solito. Se llama Poás y queda muy cerca de San José. Uno se sube al colectivo, que sube, sube y sube y llega a la cima del volcán. Casi. Llega a un gran parking, desde donde un caminito asfaltado lo lleva a un gran centro de visitantes, con baños, negocio de souvenirs, mini-museo y cafetería. Siguiendo el camino asfaltado uno puede, si camina rápido, adelantar a la señora de edad que, bolsita en mano, decidió pasar el domingo mirando fumarolas con aroma a azufre y, tal vez tras 400m de camino casi plano, llegar a la cumbre. O más bien al mirador, desde donde se puede admirar el cráter. Si el día está despejado, claro está.
Pero el día estaba, sí querido lector, nublado. O lo que es lo mismo, desde el mirador se podía apreciar una hermosa e impactante pared un poco blanca y un poco gris. Por suerte hay una atracción secundaria en el lugar: una laguna, que tiempo atrás supo también ser cráter. Las nubes, claro está, también tapaban la laguna. Pero por lo menos en el camino hice una amistad: seguimos recorriendo los Alpes y recalamos en la encantadora Austria. Natalie, quien, para el goce del lector ávido de culebrones y paranoia paleosionista, tiene un novio alemán, y este cronista charlan, en ameno castellano, sobre temas varios. Pasan los minutos y, viento mediante, pasan también las nubes. ¡El cráter del Poás en todo su esplendor!
martes, octubre 24, 2006
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