martes, octubre 24, 2006

Hades

Domingo. Ni de ramos ni de núbila: de volcanes. Volcán, uno solito. Se llama Poás y queda muy cerca de San José. Uno se sube al colectivo, que sube, sube y sube y llega a la cima del volcán. Casi. Llega a un gran parking, desde donde un caminito asfaltado lo lleva a un gran centro de visitantes, con baños, negocio de souvenirs, mini-museo y cafetería. Siguiendo el camino asfaltado uno puede, si camina rápido, adelantar a la señora de edad que, bolsita en mano, decidió pasar el domingo mirando fumarolas con aroma a azufre y, tal vez tras 400m de camino casi plano, llegar a la cumbre. O más bien al mirador, desde donde se puede admirar el cráter. Si el día está despejado, claro está.
Pero el día estaba, sí querido lector, nublado. O lo que es lo mismo, desde el mirador se podía apreciar una hermosa e impactante pared un poco blanca y un poco gris. Por suerte hay una atracción secundaria en el lugar: una laguna, que tiempo atrás supo también ser cráter. Las nubes, claro está, también tapaban la laguna. Pero por lo menos en el camino hice una amistad: seguimos recorriendo los Alpes y recalamos en la encantadora Austria. Natalie, quien, para el goce del lector ávido de culebrones y paranoia paleosionista, tiene un novio alemán, y este cronista charlan, en ameno castellano, sobre temas varios. Pasan los minutos y, viento mediante, pasan también las nubes. ¡El cráter del Poás en todo su esplendor!

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