lunes, enero 01, 2007

La vieja

Tiempo de padres nomás. Motivados por las fiestas en familia y la promesa de playas y licuados sabrosones, llegaron mis viejos a visitarme. Madre y padre y padre y madre. Aterrizaron el viernes y el sábado mismo ya estábamos trepados en nuestra orgullosa chata, a quien he decidido bautizar sencillamente Miranda.
Primer destino: Hacienda Guachipelín, al ladito del Parque Nacional Rincón de la Vieja. El parque está dominado por un volcán del mismo nombre, que al parecer fue escenario de una cruenta leyenda aborigen que permitió bautizarlo. Había una vez un jefe de tribu que decidió entregar en sacrificio a los dioses a su niñito recién dado a luz. Como el jefe era de la zona, no había tenido mejor idea que pensar que había algún tipo de asociación de dudosa legalidad entre las deidades y el volcán. Sumó dos más dos y decidió arrojar al pobre bebé al cráter (que, es oportuno mencionar, tiene magma, fumarolas y similares efectos especiales de lo más calurosos). La madre insistió con que bastaba con darle un chirlo al pobre vástago, pero por lo visto el jefe era un tipo de convicciones llevar y en un tris tras arrojó al muchachito a las profundidades del infierno. Instinto materno mediante (y considerando que el divorcio todavía no se había inventado), la madre y esposa decidió patear el tablero (o más bien icinerarlo) y se tiró en clavado hacia el crater. Y he aquí la leyenda detrás del nombre. La Ticolandia que no miramos...

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