jueves, febrero 07, 2008

Marrakesh

Recién llegadito de Miami, puse pie en tierras marroquíes. Tierras secas, desérticas y muy pero muy acostumbradas al turismo. Una pequeña peleíta con taxistas y ya íbamos rumbo al Ibis Palmeraie. Transito tercermundista pero ordenado. Autos que respetan semáforos, calles con nombre, pocos embotellamientos y menos gritos. Me duran 48 horas las ganas de aprender a leer árabe: definitivamente no se parece tanto al hebreo como me imaginaba.

Entre fiaca y extravíos, llegamos de noche a Djamaa El Fna, la plaza central de Marrakesh. El acercamiento es entre tenebroso y tribal. Entran y sales multitudes, suenan tambores a lo lejos, la plaza humea, hay luces y guinches, gritos y cantos. Hay rondas, caras de sorpresa y alegría. Unas quince rondas, con algún mago, cuentacuentos, músico o malabarista en el medio. No entiendo ni medio lo que dicen y hacen, pero me gusta el ambiente. Y me repito que el día que tenga un zoom grande o menos vergüenza voy a hacer una serie de fotos de  retratos de espectadores: de fútbol y de magos, contentos y amargados.

Y en Marrakesh nos quedamos unos días más. A puro mercado, compras y regateos. A puro vendedor políglota. A pura callejuela, cous cous, sombras y niebla.

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