
Malditos. Con cada "ye", con cada "che" y hasta cuando esa tierna viejecita de Villa Ortúzar o de Liniers le explica a un atento turista que de Argentina lo que vale la pena son las cataratas, siento como me vulgarizo, como paso a ser uno más, como mis exotismo a la hora de pronunciar "lluvia" y decir "carajo" se esfuma.
Encima siento que todos parecen más argentinos que yo. Seguro que todos bailan tango con firuletes y la mar en coche. Seguro que saben cebar mate. Seguro que van todos los domingos a la cancha. Seguro que hacen unas empanadas tucumanas de la gran siete. Todos. Hasta la viejecita.
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