viernes, marzo 28, 2008

La verdad, la realidad y un fresquete que ni te cuento

En primer plano, el único par de zapatillas que me llevé a Suiza. De fondo, tremenda nevada. Difícil.zapas.jpg



Apostillas viales

Sigo con el tema autos y peatones. En Europa, por lo que pude ver, se invierte la ecuación vial argentina. Los autos son relativamente respetuosos de la señalización y andan con cierta precaución por la vida, temerosos de que algo malo le llegase a ocurrir. Los peatones, en cambio, son un desastre. Cruzan sin mirar, por cualquier lado, charlando, con y sin semáforo, cagándose en general en cualquier regla al respecto.


El otro punto que me sorprendió en Europa es la cantidad de calles peatonales. La diferencia es simple y casi corporal: la ciudad vuelve a ser propia; salir de la casa no lo pone a uno a la defensiva; casi que no hay que gritar para charlar con alguien; los niveles de histeria bajan y bajan; y todo por unas cuadritas de nada. Cada vez me quedan menos dudas que el Microcentro entero debería ser sólo para gente que se mueve en dos pies.peatones.jpg

martes, marzo 25, 2008

Campeón

Resulta que una vez, como en Octubre del año pasado, decidí meterme en una competencia de nado abierto. Venía yendo bastante seguido a la pileta y me dieron ganas de probar eso del agua salada y con olas. Tanto física como espiritualmente estaba bastante en bolas.


No éramos muchos competidores. Principiantes creo que solamente quien suscribe. Así que pedí consejos a quien parecía saber: tomé mucho Gatorade antes de empezar y precalenté imitando a un par de forzudos con rostro confiado. Y dieron la largada. Y nadé y nadé. Y al ratito no dí más. Y alcancé a levantar la cabeza y el pelotón andaba como por Corea del Sur. Yo, después de una ardua batalla contra mi panza llena y el agua salada, llegué a la primer boya. Una proeza. Me quedaban dos. El circuito era un triángulo marcado con tres boyas panzonas y bien rojas. La segunda quedaba como a días de distancia. Pero con amor propio y un poco de perrito en los momentos cumbre, llegué. Y decidí hacer solamente una de las dos vueltas que correspondían a mi categoría: principiante. Los hombres de verdad hacían cinco vueltas. A la tercer boya llegué como se debe: sin pensarlo demasiado. Tal vez me quedaban piernas y pulmones para una segunda vuelta, pero preferí seguir habitando esta tierra, así que salí.


Gritos y aplausos. Flashes, felicitaciones y vítores. Y un grito, invitándome a pasar por la llegada, que era una especie de arco de triunfo de gomaespuma. Se me acercaron algunos chicos y me palmearon, incrédulos de poder tocar al ídolo. Me sentí un Apolo. Un Mark Spitz. Un semidios. Y me dí cuenta, me di vuelta y aclaré con unos gritos que no había llegado primero a velocidades supersónicas. No, había abandonado. Mi popularidad cayó en picada y me tiré en una reposera a recuperar el aliento. A los quince minutos de fama no llegué, pero qué buena la foto, eh.

Excelente

esto



lunes, marzo 24, 2008

Rodando

Ayer me preguntaba por qué mierda en un país como Suiza, o tal vez Kenya o Filipinas, donde no se puede circular en ruta alguna a más de 120 kilómetros por hora, se venden coches que llegan cómodos a los 200. Me preguntaba si no sería más fácil que se prohibiese la venta de autos que pueden sobrepasar la velocidad máxima en rutas que andar poniendo radares, multas y coimas. Me preguntaba también si esos motores no serían más baratos y menos contaminantes. Calculo que me lo voy a seguir preguntando un buen rato más.

Tut

La otra vez estaba leyendo que decidieron exhumar el cadaver de Galileo Galilei para comprobar no sé qué pavada. Cuando uno va a un museo y lee las orgullosas explicaciones sobre el origen de esta o aquella estatuita, casi siempre el origen es una tumba. Las momias. Tutankamon. Digo yo, ¿tiene vencimiento una sepultura? ¿por qué es sacrílego revolver esta tumba, pero la otra no? ¿el tabú caduca? ¿o, si no es una de los nuestras, me chupa un huevo? Raro.



Mi país

Calculo que los chetos deben ser parecidos en todo el mundo. Mi problema tal vez sea que a los especímenes argentinos los reconozco fácil. Me producen una mezcla perturbadora de asco y admiración perversa.


Estoy esperando que empiece a vaciarse la cola de varios metros para abordar el vuelo a Madrid. Veo una parejita como salida de las últimas páginas de la Gente. No creo que algún día vayan a tapa. Veo sus pasaportes. Brillantes y con el escudo de la patria. Esa patria por la que papá por suerte está peleando. Esa patria que es campo, es girasol y, sobre todo, no se toca. Porque por la patria vinieron a esquiar los chicos.


Ella se luce con sus botas de cuero, pero él es recio y vino hasta el avión con botas de esquí o como se diga. Más o menos como las que usaba Robocop. Entre ambos promedian el metro ochenta y, claro, él es más alto que ella. El robusto, ella estilizadísima. Seguramente él ayudó a algún buen peón a cargar fardos durante más de un amanecer. Claro, si la patria la hacen los que trabajan. Por eso hay que salir a pelear. A las rutas, como antes los esos. Y ahora nos toca, joder. No sólo pedimos palo en su momento. Ahora copiamos, fagocitamos copiando la forma.


Ambos tienen tez amarronada. La nieve no perdona. Ese tatarabuelo tehuelche tampoco. Pero de eso no se habla. Porque los chicos están charlando ahora. De algo espléndido seguro. Pero tal vez lo más perturbador es que yo no soy ningún perdedor del modelo. Gané y gano. A mi modo. La pregunta entonces es qué me molesta. Si no ser más ganador aún. Si no exudar estilo y pómulos recios. Si realmente me irrita la hipocresía o si solamente soy un acróbata más en este circo.



domingo, marzo 23, 2008

Sardinas

Los transportes públicos fuerzan una convivencia que rara vez fluye. Será por eso que anda tanto auto por la calle. Estoy en el micro que va del aeropuerto de Gerona al centro de Barcelona. Dura una hora y pico el viaje. Me acabo de cambiar de asiento porque la mina que está atrás mío no para de hablar a todo volumen con todos los putos números que figuran en la agenda de su celular.

Transiciones

Se acaba el viaje por Europa y la vuelta al pago chico viene llena de transiciones grandes. Se nos casan el Adriancito y la Silvina, que no son Anicento ni Francisca, pero tienen lo suyo en cuanto a leyendas y evocaciones. Pero hoy lo que vende es la novedad y la novedad total es sin duda Jazmín: el primer vástago, la primer criaturita de Dios, la niñita del Teto y la Valu, que por ahora no pisa esta tierra porque prefiere recorrerla sobre un carrito Perego. El martes voy a estar ya en pampas mías, aunque seguramente medio molido después andar de Basilea hasta Barcelona y de Barcelona a Madrid y de Madrid a Miami y de Miami a la Perla del Plata.


Pero la otra transición es el próximo integrante del feliz grupo familiar Garelik. ¿Será pingüino o pingüina? Desde esta humilde tribuna, que presiona pero no adoctrina, van mis más sinceras recomendaciones al respecto:



  • Ulises


  • Mina


  • Pau


  • Simone


  • Doménico


  • Nina


  • Mika


Yo pensaba que era más tradicional para estas cosas, pero se ve que no tanto.




sábado, marzo 15, 2008

Ich bin ein Rostocker

Ayer me encontré con el gran Carlo en Hamburgo. Después de un copioso desayuno en casa de su amigo Dirk, partimos con rumbo Rostock. Llegamos, comimos unas salchichotas con mostaza, tomé jugo de manzana con soda y encaramos para el fan shop. O sea, un negocio donde se vende merchandising de Hansa Rostock, el equipo de Rostock, pasión total y absoluta de mi amigo Carlo, que es suizo y vive en Suiza. Rostock queda en el norte de Alemania, relativamente cerca de Polonia.


En el fan shop Carlo se compró dos remeras y un buzo. Me dijo que no tenía remeras para el verano que se viene. No sé si tiene alguna que no sea del Hansa Rostock. Yo por mi parte compré una remera muy chula y una bufanda con clase. Y para completa mi equipo de barrabrava, Dirk me había regalado un buzo que le quedaba chico. Todo listo para el match, aunque para eso faltaba muchísimo. Como veinticuatro horas. Y eso en Rostock puede ser una eternidad.


Llegamos al hostel, hicimos las camas y no hay tiempo de dormir: se pone el sol y hay que llegar a ver la costa del Mar Báltico con algo de luz. Tranvía, tren urbano y llegamos a Warnemünde, el pueblito que, crecimiento urbano mediante, devino barrio de Rostock. Si algo no falta en Rostock es el viento. Frío, contundente, constante. En Warnemünde la cosa tomaba ribetes de tifón. Ayer Dirk me preguntó si me gustó la costa. "Sí, sobre todo el viento le dije". Por su risa deduje que no debe ser un gusto muy normal. El viento frío es algo que invariablemente disfruto. No era cómoda la arena que se te metía en ojos y dientes, pero el aire apocalíptico me puede. Le dimos con Carlo rumbo al agua. No llegamos, lástima. El viento casi que te frenaba. De fondo muchas nubes y un atisbo de sol que se va a dormir. Tres faros. Y el viento, siempre el viento. En Warnemünde hay canales y bares. Todo muy arreglado, estilo holandés. O sueco tal vez, quién sabe.


Después de la excursión fuimos directo a uno de los templos que tiene Carlo en Rostock: el bar Alabama. Ahí conoció a su primer novia cuando tenía 17 años. Tatiana, una camarera de treinta y pico, fue su feliz compañera durante cada visita al norte. Entramos y el hijo de la dueña, al verlo desde la barra, se acercó y lo abrazó. El Alabama bien podría ser de los '80. O tal vez irlandés. O de Alabama, aunque no sé porque nunca estuve en el Alabama. Todo de madera, tiene fotos de gente sonriente tocando música y festejando carnaval. Carlo no paró de pedirnos cervezas. Yo no tomo mucha cerveza: la primera pasa y se suele quedar atascada. Y como los clavos que sacan clavos, ataqué con cerveza a cada cerveza que pasó. Fueron como cuatro, todas negras. Carlo conoció a un tipo en la barra y se quedó charlando de rock. Yo al rato me aburrí un cacho y me enganché con un jueguito buenísimo en el celular de Carlo. Uno en el que manejás un guinche medio inestable y vas armando edificios lanzando cachos preconstruidos de edificio. Re bueno.


Y nos fuimos del Alabama. Para ese momento yo estaba alegre y Carlo ya volaba por la estratósfera. Habló durante media hora como jamaiquino. Subimos al tren y caímos en el Meli, un bar de estudiantes para estudiantes. Y ahí empezó la inmersión total en el idioma teutón. Salvo Carlo, el resto solamente hablaba alemán. Cuatro años de Goethe Institut tienen que haber servido para algo, pensé. La puta que sirvieron. Alcohol acelerador de neuronas mediante, logré contarle a mi nuevo gran amigo Latte qué hacía en Alemania, de dónde conocía a Carlos, entender que él trabaja en Holanda y que el año que viene va a irse de viaje a China y Dubai con unos compas. Latte es el campeón moral alemán de cerveza. Practica fondo y velocidad. Un todoterreno gigante, rubio y sobre todo de sonrisa tímida pero entradora. Después conocí a Puschi y su esposa Jana, que festejaron con una ronda de licor de menta mi anuncio de crear una peña del Hansa en el tórrido Baires.


El licor de menta se llama Pfeffie y, según tradición tradicional y borrachina, sería un gran higienizador de la dentadura. Por lo visto hay pocas caries entre los muchachos de Rostock. Fui al baño, volví y no quedaba nadie en la mesa. Levanto la vista y veo a Carlos y Latte en frenética danza arrítmica en medio de la pista vacía. Genial, pensé, y me sumé al rito tribal. Sonaba alguna música de los '70 y sentí que en cualquier momento aparecía Nina Hagen y escupía al techo. Después nos fuimos a otro boliche, pero pelea de Carlo con el patova de la puerta mediante, terminamos en el templo de la decadencia etílica: el Pirata. Nos atendió, claro, el Pirata, que tiene una vincha sudada que dice...Pirate. Llegamos y el corsario nos sirvió un brebaje celeste y hediondo. Tuve que tomarlo de un trago y ya me sentía en viaje expreso a Saturno. Latte y Carlo estaban como si acabaran de tomarse un feca con dos de grasa. No tuve más remedio que decirle a los amigotes que mi noche ya no estaba en pañales y, tambaleo mediante, llegué como pude al hostel. Encontré la cama sin brújula y me abracé emocionado a la almohada. Fin de viernes. La cosa recién empieza.


Sábado tempranito estamos arriba. Carlo me dice que puedo ir a ducharme tranquilo porque él va a planificar el día. Vuelvo ya acicalado y hermoso y Carlo me aclara que todo está listo: vamos a tomar, ver fútbol y comer. Lo esencial es invisible a los ojos, pero no al estómago. Enfundado en mi modelito remera-buzo-bufanda del glorioso Hansa, partimos rumbo al templo del saber: el Ostseestadion. Pero antes, paradita de un par de horas para concentrar junto al resto de la tribu. Atentos que se viene lo bueno: la visita al Fanprojekt.


El Fanprojekt es como si fuera un bar. También tiene un quinchito, un puestito con merchandising y una oficinita donde se venden entradas para ver al Hansa de visitante. Ya es hora de ir contando que el Hansa es un equipo de mitad de tabla para abajo. El sueño este año es no descender a segunda. El inolvidable ascenso fue el año pasado y la cosa no está para tirar manteca al techo. Rostock es una ciudad pobre en términos alemanes. El desempleo casi triplica al argentino: 25 por ciento. Casi no hay industrias en el este de Alemania y Rostock no es ninguna excepción. Dirk, el amigo de Carlo que nos recibió en Hamburgo, es nativo de Rostock y adicto a Hansa. En el baño de la casa tiene toallas de Hansa. Su mochila es de Hansa. Su campera es de Hansa. Hoy me dijo emocionado que si hubiera jeans de Hansa, ya los habría comprado. Hansa es su casa, es un futuro que no pudo ser, es infancia en un tiempo que nunca más será. Dirk tiene 35 años y una nostalgia que logra mezclar con maestría con una perenne calidez. Tiene dos hijos, pero de eso hablo después. Pero lo que importa ahora es el Fanprojekt, donde nadie le dice Dirk a Dirk: él es el Tío Minde.


Mi primer objetivo en el Fanprojekt estuvo claro: una especie de vacíopan de cerdo que olía a las mil maravillas. Pedí, pagué y recibí esa maravilla tierna, pero a medio quemar, de manos de un simpático señor de bigotes, con la correspondiente camiseta y bufanda. Al rato volví por un nuevo sanguche. Y pos un sanguche de salmón, que por estos lares vendría a ser como uno de mortadela. Después del aperitivo, de nuevo a la mesa con los amigos Carlo, Latte y los que empezaron a caer. Para el partido faltaban todavía como dos horas. Cada vez que llegaba alguien apenas conocido, le daba la mano al que tenía más cerca y depués daba unos golpecitos en la mesa. Me explicaron en seguida que es el equivalente del norte de Alemania para el tradicional "saludito con la mano a todos los que no voy a saludar personalmente". Muy práctico. Lo voy a incorporar.


Pero también fueron llegando amigazos de toda la vida. Todos los que caían y saludaban dando la mano, me saludaban sonriendo e interesados en saber de dónde catzo había salido. Yo, dándole durísimo a mi rústico alemán, ya había adelantado de golpe porrazo dos cursos del Goethe en menos de 24 horas. Muchos bigotes, muchísima cerveza (menos en mi vaso, repleto hasta el borde de Sprite) y miles y miles de pósters del Hansa. Más o menos cazaba de qué iban las conversaciones de los chochamu de mi mesa y lo curioso es que nadie hablaba de fútbol. O casi. La gente contaba entusiasmada cuando había viajado una semana en tren en 1991 para ver un partido del Hansa contra Barcelona. Cómo se habían trenzado en interesante pelea con los chicos malos del FV Stuttgart el otro mes. De qué cagada eso que le pusieron nombre de empresa al estadio. Que qué malcriada la nueva generación de hinchas, que no para de tirarle piedras a los micros visitantes y así destruye la noble reputación del hincha Hansés. Pero nada de DTs de mesa de café. Ni que Rudolf debería ir de carrilero por izquierda o qué mierda hace el imberbe del técnico poniendo a Fritz al medio. Y Carlo llega todo entusiasmado con una revistita que reza "Fanprojekt - live". Por fin, la actualidad del Hansa. Empiezo a mirar y aparecen los últimos partidos. 1-0 abajo. 3-0 abajo. 5-1 abajo. 0-0. 1-0 al último. Estos muchachos sí que tienen corazón. Otra que Yupanqui.


Y me siguieron presentando gente y seguí conociendo nuevos modelos de bufandas del Hansa. Los muchas se clavaron un par de shots de licor de menta y de otro marroncito que vaya a saber de qué árbol se saca y le dimos para el estado. El tío Minde acababa de llegar desde Hambugo en tren y nos acompañó a nuestros lugares. El tío Minde ya ronda los 35, tiene hijos, es un hombre que sentó cabeza, así que nos sacó entradas en la tribuna norte, que es la tranquilita. En la sur van todos los demás amigos: Latte, Puschi, Hippi, Heiko y todos los que tienen aguante de verdad, viejita.


Salen los equipos a la cancha. Estadio casi lleno. El público canta emocionado el himno de Hansa y levanta sus bufandas. A uno se le eriza la piel y casi se le olvida que nos estmaos por irs a la B. Y empezó el partido. Malísimos ambos equipos. Y empiezan los cantitos. El que más se me pega es uno bastante básico contra Berlín: "Berlin, Berlin, die Scheisse aus Berlin!". En general lo que se canta es bastante más rústico que en Argentina. Otra nota curiosa: la gente no putea a sus propios jugadores. Bueno, casi. Otro dato interesante: está todo el mundo bastante en pedo y con un vaso de cerveza en la mano. Yo la paso bien aprendiendo cantitos y charlando de estas diferencias en mi rústico alemán con el tío Minde, que borracho es aún más simpático. Termina el encuentro con un 0 a 0 cerradísimo. Se festeja el empate, aunque los malvivientes de Cottbus le acaban de ganar al Bayern Munich y se alejan de la zona del descenso, lo que claramente nos perjudica.


Pero nada de irse a la casa! No, señor. A seguir tomando y festejar que somos hinchas de Hansa en el Fanprojekt. A esta altura yo ya estaba con el cuerpo y el cerebro molidos. Hablar y tratar de entender alemán sin duda fatiga la mente del principiante. Pero se me acerca Hippi y me empieza a preguntar cosas sobre Argentina. Si es peligroso, si te pueden matar así nomás, si Brasil es igual. Parece que un poco lo convencí a Hippi de que algún día vaya a visitar Argentina con su esposa. Me clavo un nuevo vacíopan y me voy a un costadito a descansar y ver el partido del Hamburg SV por pantalla gigante. Pero me llama a los gritos Latte y me ofrece una cerveza. El debe ir por la vigésimo quinta. Yo por la segunda, gracias. Le agradezco y le pido al tío Mindel si me puede acompañar a la parada del tranvía, que no tengo ni puta idea dónde queda. El tío me acompaña, diciéndome que estaba muy orgulloso de mí. Que estaba sorprendido que un argentino los haya visitado. Que ellos son gente sencilla y que no están acostumbrados a ver gente de tan lejos. Me abrazó y me metió en el tranvía. Llegué al hostel, tomé un largo vaso de agua, me abracé de nuevo a la almohada y dormí. Como doce horas dormí.

viernes, marzo 14, 2008

O animal

Soy un monstruo. Un ser deleznable. Una equivocación de la naturaleza. Un paria sin modales ni bondad. Un asesino en potencia. Un ingrato. Un traidor estupefacto. Un sudaca embrutecido. Un mico de circo sin autocensura ni valores. Un cerdo calculador. Un cuervo al acecho. Un inmoral y un corazón de hielo.


Hoy a la mañana Linda me dijo que leyó el blog y casi llora al leer lo que había puesto sobre su amigo Carlos sin antes haberle contado. Me sentí un lobo con piel de oveja. Un pedante acrítico. Un traidor listo para ser apaleado por una justiciera multitud iracunda. Un infeliz con mirada torva sobre el mundo y sus semejantes. Un reportero sensacionalista de pacotilla y limitada monta. Un imberbe con barba que a duras penas sabe relacionarse con el prójimo. Un ser asocial y vengativo.


Así que mejor no me siento tan mal y borro ese post tan amargo y dejo este, testimonio de mi alma en pena. Qué mal. Yo que iba a contar lo bien que la había pasado ayer con Linda y Stefan paseando por Bremen y viendo un partido de la UEFA en un bar oculto en medio de la selva urbana...



miércoles, marzo 12, 2008

Hoy: técnicas avanzadas de control de procesos

NoEchen Estoy en el aeropuerto, con pocas ganas de trabajar. Así que escribo historias viejas. Como de dos semanas. La otra vez estaba con Lucas en el departamento en Barcelona. De mañana, como las diez y pico eran. Interrumpo mi torrente creativo para ir al baño. Doy unos pasos y escucho unos gritos de ultratumba que vociferan algo con el agua. Una vez. Otra vez. Y otra. Desgarradores. Un viejo al que le cortaron el agua justo en mitad del proceso de enjabonado. Pobre. Solitario. Sin nadie que le ayude. Va a quedarse gritando como un alma en pena, como un perro mojado, hasta darse por vencido. Lo imaginé sacándose jabón y champú con una toalla vieja. Insultando al gobierno socialista y recordando épocas doradas de baños en arroyos de Castilla o de La Mancha. Y otro grito. "BSESELAAGUAAAA!!!!!!!". No encuentro el signo de admiración que abre, pero creánme que sí que gritaba. Un alma en pena verdaderamente.

Pero el mundo sigue y mi vegija se impacientaba. Levanto tapa del inodoro, meo como suelo hacerlo, tiro la cadena y más gritos. "BOESELAGUAAAAAAAAAAAA!!!!!!". Pobre hombre. Tal vez debería llamar a los bomberos. Me dispongo a lavarme los dientes. Desde chiquito que me los lavo antes y después de desayunar. De los pocos rastros que me quedan de un pasado obsesivo-compulsivo. Y escucho una voz más clara. La de Lucas. "Creo que no hay que usar el agua". Sí, sí, hay unos gritos, ¿no?. "Están diciendo que no echen agua". Caramba. "Parece que están cambiano unos caños". Ah. ¿Dónde?. "Acá, en el edificio, salame". Me señala el aire y luz. Veo, como tímido. Un tipo encaramado a un caño chorreante, mira hacia arriba y grita con alma y vida. "NOECHENAGUAAAAAAAAAAAAAA!!!!". Se ve que en vez de cortar la luz, supusieron que nadie en todo el edificio iba a usar el agua corriente a las diez de la mañana un viernes. Interesante razonamiento. Así que no eché más agua. Hasta el lunes, cuando volvimos a tener permiso. Fin de semana largo, que le llaman.

 

PD: Tenía que sacarle una foto. Le dije que era un arquitecto argentino y me interesaba la técnica que usaba para sostenerse. Un grande el amigo. Sonrió y todo.

Cosas que me pasan con los vuelos

Como ya debería haberme dado cuenta para este momento, me pasan cosas raras con los vuelos. Lo apasionante es que siempre son cosas distintas. El otro día compré un vuelo a Madrid. De esos baratos. Y decidí después ir a Estocolmo en esa misma fecha. Conclusión: compré un pasaje que nunca usé. Novedoso, pensé. Y tampoco taan caro. Bien.

La cosa es que llega el día del vuelo a Estocolmo. Me levanto religiosamente a las 6, escucho a mi panza dudar y decido: no voy a Estocolmo. Estaba cansado, mi anfitrión en Estocolmo no me había respondido el último mail pidiendo su número de teléfono, el pronóstico en Suecia estaba horrible y el día estaba todo despejado en Barcelona. Decidí quedarme. Segundo vuelo que pierdo. Bah, tercero, porque ya tenía un pasaje de Estocolmo a Hamburgo. Una pasión por lo visto. Entonces, un poco zonzo y un poco perezoso, me compro un pasaje a Bremen. Bremen queda cerca de Hamburgo, mi siguiente destino. Y en Bremen vive una amiga que me había invitado a la casa. Vamos a Bremen, pensé. Y compré el pasaje. Esto fue el sábado.

Hoy es miércoles. Hoy vuelo a Bremen. Estoy sentado en la puerta de embarque y todavía falta como una hora y pico para que salga el vuelo. Sería dificil que lo pierda. La situación no es tan atípica. O más o menos. Ayer a la noche, a eso de las once, decidí imprimir mi pasaje electrónico a Bremen. Entré como siempre a mi correo de Yahoo, busqué Bremen y vi...nada. Nada. Busqué Ryanair y...nada. Busqué en Gmail y...nada. Nada. No había pasaje. No había. Confiado, entré al sitio de Ryanair. Solamente se podía recuperar información de pasaje con número de reserva. Problemas. Ya más zonzo y menos perezoso, decidí entrar en mi cuenta, para ver si realmente había comprado el pasaje. Sorprendido pero en cierto modo aliviado, comprobé que no, no había habido ningún gasto ese sábado a la mañana. Curioso. Juro que recuerdo haberlo comprado. Bueno. Soy distraído, puede pasar, la confusión, el sueño, el jet-lag. Y entro a comprar mi (nuevo?) pasaje. Pongo todos los datos, compruebo que casi no había aumentado, pelo billetera y...no está mi tarjeta. Bien. Busco busco, no encuentro. Pienso: la perdí. Mi vida va barranca abajo. Por suerte el otro día saqué bastante plata, así que para estos días de viaje tengo. Pero caramba, tengo el recuerdo de haber guardado esa plata en algún lugar secreto que olvidé.

Para ser una crisis terminal, estaba bastante tranquilo. Todo el tiempo estuvo al lado mío Lucas, entretenido por la comedia dramática mientras me ayudaba a buscar. Di vuelta toda la pieza y encontré la guita. Estaba en mi cosito de guardar remedios. Santo remedio. Bien, ya con dinero y algo más de autoestima, le pedí a Lucas que me pague el pasaje a Bremen. Pagado. Decido ir a dormir. Muevo unos cables del medio y aparece ella, reluciente y con carita de inocente. Mi tarjeta. Correcto. Los astros comienzan a alinearse. Y bueno, cualquiera se puede olvidar de comprar un vuelo, no?

Entonces viajo hasta el aeropuerto. Girona, es lejos. Hago la cola. Presento pasaporte y el tipo me mira raro. Veo su lista y aparece mi nombre dos veces. Me dice "señor, creo que compró su pasaje en más de una ocasión". No recuerdo si dije algo así como "sí, a veces me pasa". Y en un rato vuelo a Bremen. Dicen que hay buenas salchichas.

sábado, marzo 08, 2008

Claro

Liberando

me encadeno

sacudiendo

puedo parpadear

 

Porque aprendí

que límites no hay

hasta que aparecen

 

Porque esta rosa

te puede sonreir

sin que vos sonrías

 

Porque estuviste

y seguiste siendo

sin merecemientos

fuiste

 

Gracias