miércoles, enero 16, 2008

Como voy a volver...

A veces la gesta épica es menos divertida de lo que suena. Y sorprendentemente, a veces es plácida. Por fin logro concentración, paz. Después de casi un mes de corridas, saltos y volteretas, siento que recién acabo de frenar. Ni el baño turco, ni nadar, ni familia, ni yoga, ni siquiera acariciar perros. Estoy en un tren ni vacío ni lleno: digamos que agradablemente poblado. Estoy yendo de Stuttgart a Freiburg. Está muy nublado, apenas pasaditas las 10 de la mañana. Entra luz por la ventanota, tengo cable para la compu y me acabo de tomar un Tetralgin.

Tal vez esto empezó ayer, volviendo para poder arrancar. Estaba en casa de Fabian, un amigo de lo más austríaco. Lo conocí en mis cortas épocas de redactor serial de papers. Redactamos uno tiempo hace, lo aceptaron en una de las conferencias que florecen como hongos y el amigo pudo conocer las bondades de Floripa. Digamos para ser delicados que Fabian no es un tipo muy dado a las relaciones sociales. Al menos eso parece. La verdad es que para ser amigo no lo conozco ni un pomo. Pero amigo o no, pasé en su casa unos días. El viaje a Viena tuvo como objetivo conocer a Boris Gloger, la leyenda viviente de Scrum en Europa. Al menos es la impresión que da su secretaria. El tal Boris es amigo de Tobias. Y como los amigos de...mmm...no tanto. Me fui hasta la barrocamente romántica capital imperial caída en desgracia para que el tipo charlase conmigo durante unos 18 minutos. Casi siempre mirando sobre mi hombro y con la mente en otra cosa. Ni siquiera sé por qué lo quería conocer. Cosas que uno hace. Pero al final lo de amigo-de-amigo funcionó y su majestad me concedió ser su ayudante en un curso en Frankfurt. Fin de febrero. Me hice la histérica y le dije que lo iba a pensar. Se lo veía demasiado ensimismado en su caótico universo como para darse cuenta que no dije que sí. Como siempre, el tiempo decidirá.

Digresión aparte, y esta pausa literaria las merece y por docena, repienso la noche de ayer mientras pasamos por pueblitos, gmbhs, árboles sin hojas e iglesitas protestantes que poco tienen para vociferar. Me sentía culpable por doquier: por no haber producido mucho para Artinsoft, por haber viajada al pedo, por no estar disfrutando de Viena, por siempre tener planes épicos, por estar retrasado en el salvataje y conquista simultáneas del mundo, por no haber sentido culpa antes, por no estar nadando mucho, por no ser rubio, por no hablar mejor alemán, por no estar en Argentina, por no estar en Costa Rica, por no estar en las Maldivas...tu sabes. Y como buen contrafóbico, decidí huir avanzando. Corriendo más bien. Le dije al bueno de Fabian que ya era hora de que conozca la ópera de su ciudad natal y, que aunque Dios le de música de ensueño al que no tiene orejas, nunca es tarde para aburrirse escuchando violines temblar. Salimos prestos rumbo al subte y encaramos p'al centro. Pocos minutos y 30 euritos mediante, ya estaba en mi sillita, esperando sin tanta esperanza que el Cascanueces me reviva. Y en el momento pareció que no, pero ahora creo que un poco sí. Ballet de argumento sin gracia ni lógica, puesto esta vez con animaciones pedorras en 3D y villanos vestidos de ninjas transformistas alla-PowerRangers, la potencia de los muchachos de la orquesta y de unos bailarines con sangre importada de algún lugar apasionado me hicieron, lentamente, saltar. O digamos reptar.

Y acá estoy, ya casi en Karlsruhe. O la tranquilidad de Carlos, para los entendidos. Me encantan las tachaduras en mapas: el patoterismo geográfico, como tan poéticamente lo bautizó mi querido y, claro está, único cuñado. Y fue así que taché todo un país a fin del año que acaba de huir. Después de unos días en la todavía fresquita Buenos Aires querida y dos cortas y veraniegas jornadas en Miami oficiando de fotógrafo del galancito de Tommy Abramzón, llegué nomás a la eterna Barcelona. Reencuentro familiar, risas, abrazos, pan con tomate y a dormir en el intento de colchón que cubre casi todo mi nidito catalán. Y ni esperamos al alba para subirnos al coche de un taxista franquista y hablador. Y llegamos a Marruecos, que creo que se merece su propio post. Y volvimos a Barcelona. Diez días familiares, con grandes rebajas en grandes tiendas y viceversa. También hubo mariscos, melancolías, algunas caminatas y, claro está, trabajo. Entre semana y también fin de semana. Que workaholic se nace y se hace y todo eso junto. Sobre todo viniendo de un linaje inconformista asaz patricio. Debuté como redactor pago. En inglés, para vender y ayudar a usar. Y después de idas y vueltas, logré lustrar ese estilo de vendedor de autos usados que sólo Mandinga sabe de dónde lo saqué y sacar unos textos con el sellito de publicable (para verlos, ir al sitio de Aggiorno). Y así siguió el derrotero de derrotas donde no debió haber habido batalla. Y ya casi llego a Freiburg, a ningún lado, a donde empecé, al próximo destino, a escribir, a contar, a vomitar...de donde claro, nunca me fui.

1 comentario:

Anónimo dijo...

como redactor tenés el don. quiero leer y releer ciertas frases tuyas tan tan preciosas.
Y entre tanto estreno viaje, y nueva forma de intentar que los dedos - ciertas palabras así, ciertas palabras asá- digan, hagan, algo. otra vez el extraño arte de contar.
qué lindo que hayas ido a la ópera, a lo de Boris sin saber por qué.
espero que nos encontremos en el trayecto y brindar por descubrirnos, una vez más, prófugos de la mesura.