sábado, junio 16, 2007

Un dos

Los tiempos cambian y el futuro no siempre es esa rueda de la historia que se embarra y vuelve con descaro. Antes me entristecía y andá a sacarme la tristeza. Otra que la muela de juicio. Y no por haberlo perdido fue que fui y volví a Casa Yoses. De visita nomás, habrase visto audacia. A cenar con Carlo, mi amigo que no se llama Carlos. Sanguche reluciente en Quiznos, muelas tapadas a puro alcanfor y encaramos para el lado del videoclub. Esa no la tienen, aquella menos, las de Steve Martin no, estoy bien así. Sophie Scholl, propone Carlo. No, que es triste. O no me entiende, o no le importa o, como pasa en la vida y después también, un poco de los dos. Y alquilamos la de Sophie. Delicado y prolijo el pueblo alemán a la hora de cometer atrocidades.
Reparte panfletos contra el Führer, la Gestapo se enoja y la condenan a muerte. Y aunque ya me sabía la historia de antemano, mi esófago implotó cuando apareció la guillotina. Guillotina. Pantalla negra y se escucha un rebote. Se me hunde el pecho. Y cuando salgo lo veo a Fidelito, que ya está grande y fornido. Como para fumarse unos habanos. Y me acordé de lo que me dijo Carlo sobre lo solo y aburrido que está todo el día mi amado cancito. Sobre cuánto seguro que me extraña. Y sobre cuán poco juega la gente ahora con él. Y jugué y le sonreí y le hablé en mi español natal y lo miré con comprensión y amor. Y de pasó dale que te dale a hundir el pecho. Y me tomé un taxi de vuelta, como compungido y algo leal. Y como para distraerme avisé a mi atención que se deje llamar. A la derecha vi una foto de un deportista. Decatlon. Ah, mirá, instalaron uno en el barrio. Qué conveniente. Pero eso era otro lugar. Ah, no lo tiraron abajo, sino que conservaron todo el edificio. Solamente cambiaron la fachada. Y ahora que lo pienso, eso era una funeraria. Qué poco poquito que vale esta vida.

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