domingo, febrero 11, 2007

El infinito y allá vamos

Ya sé que hace rato que no escribo, pero cuento lo que hice hoy y ayer y san seacabó. Después de todo es mi blog y hago con él lo que quiera. Creo. En fin. Que este fin de semana fue movido y zarandeado y eso, claro está, me pone feliz. Y pensar que de chico le tenía miedo al agua. Y a los perros. No hay caso, los peores son los conversos.
La cosa es que ahora soy un ser acuático. Casi todos mis placeres pasan por el agua. Quién te dice, tal vez sea la forma más cool de volver al útero. Y así pues sí, el sábado seis y media me pasa a buscar el micro de Ríos Tropicales por la puerta del hostel y a raftinguear se ha dicho. Micro grande, lindo y exclusivo: no somos más de diez, pero entran como cincuenta. El guía es de esa gente que dice "OK?" al final de cada frase. Más sobre la sobrenaturaleza de mis prejuicios en párrafos subsiguientes.
Y llegamos al centro de operaciones. Dirección: Turrialba. O sea, de San José le das derecho derecho como para el Caribe, pero al rato frenás y te tirás al río. Río Pacuare se llama. Pero antes el centro de operaciones. Es grande y nos sirven desayuno. Me siento como en Disney. Hago cola para el omelette matutino. Nos dan tiempo para ir a la tienda de souvenirs. Nos volvemos a subir al micro. Decido que toda la gente que está conmigo a bordo es idiota o malvada. Cualquier analista me diría que así me veo yo. Nos deja el micro y caminamos. Hasta que sucede el milagro y me habla un chango. Resulta que el chango es simpático. Y su novia también me habla. Y tenemos una charla amena. Y compartimos bote. Y resulta que no eran ni idiotas ni malvados. Pienso en eso y logro avergonzarme. Algo es algo.
El guía nos enseña las reglas de seguridad. Son un montonazo. Si estamos a punto de morir, yo grito "¡no morir!" y así. Y como a mí a veces me encanta obedecer, esto me encantó. El tipo gritaba todo entusiasmado "¡adelante!" y yo a puro labio mordido y ojos fijos en lo que haga mi compañero de adelante, le daba con alma y garra a mi remo y me sentía parte de un todo que saltaba rápidos más rápido que su propia sombra. El ejercicio está bien, pero es un poco asimétrico para mi gusto: mucha fuerza con el hombro izquierdo, poquito con todo mi ser derecho.
Lo más interesante de todo este asunto del rafting es, claro está, el agua. Cuando el bote se va acercando a la caída, uno se imagina que simplemente hay agua que decidió ir más rápido. Pues no, no señor, lo que se forma en ese momento son olas. Olas. Será el choque a gran velocidad con las rocas, será que ponen unos ventiladores para que vengan gringos aventureros, pero el asunto es que cuando la cosa se pone más peliaguda, lo que hace que todo cobre aún más emoción y que el remo ande por ahí revoleado sin ayudar demasiado al impulso son olas. Interesante, muy interesante. Y por hoy me quedo en el sábado, aunque ya es domingo y hoy también hubo agua por unos cuantos costados. Pero eso será, espero, mañana. Que sea con salud, querido lector. Y no olvide echarle un poco de agua, que al fin y al cabo no es más que vida que flota y deja flotar.

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