domingo, febrero 18, 2007

Brutus

Tal vez sea un post largo. Como siempre, hay condicionantes, condimentos y demás yerbas malas. Por ejemplo, me duele la cabeza. Por ejemplo, hay aire acondicionado acá en el cyber. Y aunque de ejemplos vive el hombre, les debo el tercero. Será esa radio que grita una musica horripilantemente tropical justo justito en mi tímpano. O tal vez me desconcentra la letra, que no para de repetir "dame, dame un culito". Porque sí, la cosa acá en Panamá es, lo dice ese título, un tanto brutal. O será que como buen tico adoptivo me volví delicado.
Decidí el otro día venirme a Panamá. La visa de turista que me adoptó en tierras ticas dura noventa amaneceres y casi que se me estaba agotando. ¿Cómo estai, mi amor?, pregunta la chilena platuda de la máquina 7. Como que me cuesta concentrarme. Pero le doy para adelante, como el toro, que no piensa, pero le mete pata. Así la cosa y el jueves casi me pierdo el bus a Changuinola de puro impuntual. Llegué dos minutos antes de la hora fijada, lo que me dio unos veinte de changüí. ¿Somo latinoamericano o no somo? Y sin embargo me empeño en creer que adentro mío late que te late un corazón europeo y ahuecado por tanto invierno cruel. Tal vez fueron las mañanitas heladas que curtieron a algún tatarazeide ahí arriba en la parte frondosa del arbolito familiar. O la sonrisa que le dispensó al pasar alguna eslava de rubia cabellera y alma en pena. La cosa es que, como tanto aspirante a Che de pacotilla que abunda en estos tiempos, pasan los días y las cosas y parece que, aunque a mi pesar, voy encontrándome con mi ser latinoamericano. Menos en la lucha antiimperialista y más en el chicharrón con demasiado aceite.
No, no se reclina el asiento. Pero no te quejes, que Dios o algún duendecito te dieron el don de poder dormir en los viajes. Sí, hace calor, pero podría ser peor. Recorro el mundo y sigo sin encontrar calor más caluroso y destructor de ilusiones que el del microcentro porteño alguna media tarde de diciembre. Por suerte hay parada de emergencia justo antes que explote mi vegija. Consumimos algún que otro kilómetro más y llegamos a la frontera. Calor, aguas servidas y un puente que por poco no se cae. Ya estamos en Panamá. Me dijo la oficial de migraciones que para volver a entrar a Ticolandia necesito un pasaje de salida. Tengo uno, pero es electrónico, pero solamente lo tengo impreso y a la mierda con esa moral judeocristiana que me ata de manos y chanchullos y decido, por lo menos mentalmente y no sin mea culpa, cambiarle las fechas a uno que ya tengo en el mail. Si seré malo para la defraudación al Estado, que el día que Argentina le ganó por penales a Inglaterra y medio Almagro se estaba trepando cual horda enardecida al primer subte que pasaba con destino Pellegrini, yo era el treintiúnico zapato que trató y consiguió que le vendan un cospel. Veremos en qué resulta, porque todavía no salgo y en una de esas este sea mi último post delante de rejas.
Les dije que iba a ser largo. Bien largo. En cuanto pasamos la frontera nos fumigan el micro, con gente y todo adentro. No, no es muy hermética la cosa, y mueren de asco un par de microbios que tenía entre pecho y espalda. Y llegamos a Changuinola. Pregunto por Bocas del Toro y no sé cómo termino en una combi desvencijada y con rumbo desconocido. El asiento justo adelante lo adorna un poco de equipaje: dos bolsas de residuo y una corona fúnebre. Adelante, atrás, para un costado y hasta al otro costado hay gente. Mucha. Miro para atrás y la cosa es como interminable. ¿Cómo entran 50 panameños en una combi diminuta? Ni idea, pero que lo hacen, lo hacen. Además de mucho negro hay un montonazo de ex dueños de esta tierra. Se parecen un montón a los bolivianos. Y a los mexicanos. Y todos a su vez se parecen a los mongoles. Gengis, se dio vuelta la torta y tus muchachos ahora viajan apretujados y sin un mango. O con sólo un par de mangos y de los verdes. Me entero bien rápido que acá se usa el dólar. Y el balboa. Que es como una curiosidad. No hay billetes de balboas y apenas si se mezclan algunas monedas con el quarter y el dime de la Federal Reserve. Un balboa, un dólar. Aunque no haya balboas.
Un cacho más de media hora de viaje y estamos en Almirante. Lo que se dice, otro puerto con aguas hediondas. Se acerca el atardecer y la bruma que tapa esa línea montañosa casi que te subyuga. Ya vino la lanchita. ¿Cómo entran 20 panameños en un esquife de lo más angosto? Una horita de fuera de borda y llegamos a Bocas del Toro. Llegamos. Pero para el final del post falta un montón. Decí que me duele la cabeza. Hoy sí, aunque me duela.
Bocas del Toro se ve lindo. Mucho más grande de lo que me imaginaba. Diría que más grande que cualquier pueblo de playa al que haya ido en Costa Rica. Me pongo a buscar algún hostel y resulta que están medio llenos. Por fin consigo. Conseguí. Lo que no consigo es que se vaya esta migraña penetrante y singular. Taría bueno seguir el post a la tarde, en San José. Con buen viento, seguro que llego. No hay capitán a la vista, pero ni modo: leven anclas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

garlonzo, contratate en Bocas del Toro a uno de los changos que te llevan por 15 balboas por el dia a hacer snorkel y a ver delfines, 'ta buenisimo

y clavate una noche en un hotel de alguna de las isletas medio desiertas, hay una llena de rastas con un supermercado chino. si preguntas por el super del chino, te van a saber indicar, no hay muchos (en esa isleta).