miércoles, agosto 12, 2009

Comunica, que no es poco


Recién llego al edificio y me recibe Néstor con un simple y cálido buen día. Néstor es de seguridad y se aprendió mi nombre en seguida. Me mira a los ojos cuando me habla, sonríe apenitas y edifica, piedrita a piedrita, un vínculo. Me pregunta cómo ando. Bien, bien, Néstor. Y de repente considero la idea de salirme por un instante de mi gruta ermitaña. Y susurro un "¿y vos, Néstor?" por una hendija maloliente y de lo más gélida.


El otro día estaba en la puerta de un edificio. Un edificio que está al lado de una escuela. Padres esperando niños y niños esperando niños. Y, entre jugueteos y trotecitos, una nena de unos ocho años se frena delante mío, me mira y sonríe. Yo me debato. Intento y encuentro mucho músculo entumecido. Y anatematizo. Y la nena se da vuelta, menos triste que aburrida. Y se va.


No creo que sea el terror a la desnudez. Ni el latente desamparo. Ni siquiera la pasión wagneriana por la épica nórdica. Alguien de barba y sin anteojos dijo una vez que era pura exaltación e incluso gloria. Y sin embargo el mise en scène no es más que un subrayado. Que no queden dudas. Que a nadie se le ocurra siquiera reconsiderar su juicio. Ni él, ni ella, ni aquellos de más allá. No, no y no. No me pidan. No me pido. No se puede. Las palabras no bastan, pienso yo. Y actúo. En consecuencia. Ilumino, escribo, visto y dirijo. Aterrorizo. Evito sorpresas. Descanso. En la gruta. Sano. Salvo. Solo. Por fin.

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