sábado, mayo 31, 2008

Miseria

Una vez volvía de un curso por el centro. Florida al 100, de noche, casi las diez. Y caminaba como para llegar al subte, muy sobre la hora. La calle desierta. Y aparece un tipo, que camina como yo, apuntando a la boca del subte D. Yo apuro el paso. El lo apura un poco más. Apenas si cruzamos miradas. Yo apuro más más. El apura más más más. Le pregunto hasta qué hora hay subte. Mira el reloj y me dice "ya". Casi que empezamos a trotar. Hace frío y no es década de turistas: Florida languidece. Me mira, sonríe y dice por lo bajo: "pequeñas miserias urbanas". Es un tipo de unos cuarenta y pico. Debe ser contador. Llegamos corriendo, bajamos escaleras. Nos recibe un guarda con bigote y sonrisa, en ese orden. Señala el subte, nos subimos, toca el pito, sale.


Hoy tengo lo que en alemán se llama Ohrwurm, o lombriz en/de la oreja. O sea, una canción que perfora mi cerebro. Que lo carcome. Que, como a una pobre manzana embichada, lo inutiliza. Y no es Calamaro ni Mozart. Es una maldita publicidad de Anaflex que pasan en el subte. Tiene un tema horripilante, pseudo-flamenco y de letra indescifrable. Ya no sé cómo suplicarle que me deje en paz. No me duele nada, no voy a comprar Anaflex. Ya podés irte.

jueves, mayo 08, 2008

Cejas grises

a veces medio ocre
tu mitad de tarde,
a veces con saxo ajeno
y hojitas amarillentas

gané, perdí
supe, escuché, negué

lástima esas tinieblas
lástima
lástima que tuve que irme
para poder salir
lástima que tuve estar sólo
para saber perder

y trepé, bebí, comí
rodé, pegué y dormí
conmigo y sin otro
así que te echo
y ya no más

Asimétrico
Desagradecido
Valiente
Huidizo
Sometido

es lo que hay
y no necesito que lo tomes
para poder dejarte

martes, mayo 06, 2008

Abatido

Estoy muy cansado. Lo malo es que no sé descansar

domingo, mayo 04, 2008

Tiempo de yankis

Estoy en el avión. En la cola para ser exactos. Esto se mueve y hace mucho mucho ruido. Como a carreta desvencijada. Y sin embargo postulo: este país es una maravilla de lo más espeluznante. Una maquinaria aceitada. Que gotea, pero que produce. Tiene gente y cosas haciéndola andar. Y yo me anduve paseando por los tubos y engranajes de esa maquinaria durante la última semana y pico. Primero New Orleans. Nombres de calles en francés, un tranvía ruidoso e ineficiente y música en la calle. A pesar del ambiente, se confirmaba la primera de mis leyes sobre Estados Unidos: la gran diferencia entre sus ciudades es el clima. La gente habla como en las películas, hace permanentemente ruidos como "wheeeee" o "whooooo", come mucho y muy pesado, apenas sobrevive sin un auto, no incluye temática no norteamericana en sus conversaciones, usa ropa básicamente reluciente aunque poco glamorosa, se alcoholiza de forma ordenada y repentina, usa acrónimos hasta para lo más nimio de lo nimio ("OJ" para el jugo de naranja es tétricamente eficiente), pasa entre etapas (generacionales, espirituales, laborales) sin medias tintas, idolatra en grandes catedrales lo que sea que pueda ser cambiado por dólares, mira a escondidas a sus congéneres, es oriental, negro, blanquito y todo al mismo tiempo, huye de los ambientes que denoten el paso del tiempo, cubre sus cabezas con gorras, sonríe interminable y unilateralmente desde sus rosados y cachetudos rostros y, eso sí, barnizan su violento fervor militarista y brutal con algo de swing y un poco de brillantina.


En New Orleans hace calor y te abraza una humedad que para qué te cuento. Su principal atractivo es inefablemente atractivo: Bourbon Street tiene restaurantes de ostras, bares con blues y cabarulos sin maquillaje. Por la calle caminan centenares de ciudadanos y ciudadanas dispuestos a carnavalizar su escapadita de fin de semana. El exceso es aquí y ahora y nada de andarse con chiquitas. Los chicos compran collares chinos, se los dan a las chicas y ellas muestran uno de sus pechos a cambio. Litros de alcohol mediante, la transacción suena coherente y se transmite sin incidentes de generación en generación. Las fuerzas de la ley median ante algún eventual exabrupto. Las blackberries recuerdan realidades por venir. Los camarones con salsa barbacoa le dan el toque autóctono al ritual proteico nuestro de cada día.


Y después vino Miami, donde también hace calor y hay humedad, pero no tanto ni tan feo. En Miami sonríen el sol, el mar y los labios con colágeno. Y se repite ad infinitum esa regla que parece permear cuanto más yanki (¿primer-mundista?) es una sociedad: la cosa es barata, la gente es cara. Un auto, dos. Ford, Toyota o Porsche. Medium, large o extra-large. Cuestión de sacar unos pesos más de la billetera, pero todo está al alcance del ciudadano medio. Se puede ser estacionador de valet-parking y relucir camioneta ultimo modelo. La cotidianeidad hierve de créditos, descuentos, promociones, liquidaciones, novedades y combos irresistibles. Las señoras de sesenta pasean con idéntico orgullo sus enormes glúteos y sus diminutos perros. Incluso en carritos rosados de bebés. No exagero, lo vi. Bueno, sí, yo siempre exagero, pero ya deben estar acostumbrados a estas alturas.


La cosa concluyó en Palo Alto, que está cerca de San Francisco. Estuve en casa de Tobias y familia. Otra costa, mismas hamburguesas. Ya sé, ahora van a decir que soy un desagradecido, pesimista y cultor de mitades-vacías-de-vasos. Tal vez, pero que se entienda que la pasé genial en términos humanos en este viaje. En el laburo en New Orleans con Fede, en Miami con Emi y familia y en Palo Alto con los excéntricos Mayer. Pero yo posteo sobre todo para exorcisar lo que se me queda atragantado. Sea. Si no puedo putiar acá, sólo me queda escupir al aire en el medio de los Andes. Y nada más feo que un gargajo al ataque en pleno vuelo rasante.